lunes, 1 de junio de 2009

Lauren Mendinueta

Una colombiana con profunda vocación poética

Lauren Mendinueta nació en Barranquilla, Colombia en 1977. Empezó a escribir en 1997 mientras trabajaba como bibliotecaria en una pequeña aldea muy cerca de Barranquilla. Su segundo libro, Carta desde la aldea (1998), ganó el Premio Nacional de Poesía Joven del Ministerio de Cultura, y el tercero, Inventario de ciudad, (Golem, 1999), fue recibido con elogios en su país.
En el 2000 su poemario Autobiografía ampliada recibió dos premios nacionales de poesía, y cuenta actualmente con dos ediciones, una en España (Casatomada, 2006) y otra en México (Salida de emergencia, 2006). Además de estos poemarios ha publicado la biografía Marie Curie, dos veces Nobel (Panamerican, 2005), más dos recopilaciones antológicas de su poesía Donde se escoge el pasado (La dádiva, 2005) y Poesía en sí misma editada por la Universidad Externado de Colombia en el 2007 con un tiraje de 12.500 ejemplares.
El año pasado ganó en España el Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos por su libro La Vocación suspendida (Point de Lunettes, 2008). Su nombre aparece en importantes antologías tanto en Europa como en América. Entre las más recientes Una gravedad alegre, antología de la poesía latinoamericana al siglo XXI (Difacil, 2007). Sus trabajos han sido traducidos al inglés, italiano, alemán, ruso y francés.
Su blog puede visitarse en http://www.laurenmendinueta.com/

Creación del mundo
y primera culpa del hombre

En el principio todo era definitivo,
sin misterio, excesivamente sencillo:
era la edad más vieja.
Pero en la jerarquía de los siglos todo comenzó con la culpa.
Cuenta el libro del Génesis que desde la expulsión
dos ángeles al oriente del Jardín
vigilan con espada de fuego
el anhelado Árbol de la Vida.
Para el escriba de Yahvé aconteció lo narrado.
Inconsolable suerte de la memoria
que nos remite a los días
en que la desobediencia doblegó a nuestros padres
y la primera muerte alcanzó a Abel.
Cuándo comprenderemos que en el tiempo humano
no es posible vivir en paz con el tiempo de Dios.


Un Macondo junto a la Sierra Nevada de Santa Marta

Memorable
la mano de la Sierra
desciende oblicua y lenta
para sorprender a su presa,
como si fuese a ofrendarla al mar,
como ofrendándola a la angustia,
como si fuera a dejarla, pero luego no.

La tierra levanta su espinazo
y se queda triste ante la gran cabeza blanca;
después se zambulle en la oscuridad,
o en la hermosa inconciencia de los aguaceros.

Las casas en el calor templado del día
se apoyan unas en las otras y se duermen;
la sombra que hasta el suelo las inclina
es amarilla, como vela de gran mesa.
Nada salvó su territorio,
ni la revolución de las plantaciones de moscas malvadas,
ni la nitidez del cielo donde se lamenta la tormenta,
tampoco el rayo de sol.

En las iglesias los campanarios están hechos
más para pájaros que para campanas,
y las piedras en las calles tienen la pureza de una fiera.

En estos lugares se da luz a lo invisible.
Como signo de que es cierta su existencia
se engendró al hombre para que cobrase
el salario del oprobio y del martirio.

Camino con cuidado por sus calles polvorientas
temerosa de maltratar el mito
que se fundara con el alma en la arcilla.

En este territorio los años mueren como niñitos pálidos
y no hay tumba que en su certeza puedas ver.
Todo tiene horma de sepulcro y uno sabe que está vivo.
¿Se ignora que aquí se dijo y se fundó el mundo?
En Macondo la realidad es apenas el principio
y ni siquiera el olvido escribió nunca del fin.